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Tormenta de verano (1ª parte)

 
Post #1


Tormenta de verano (1ª parte)El verano de mis dieciocho años pasé más tiempo en casa de mi amigo Pedro que en la mía propia. Nos conocíamos desde el parvulario, habíamos crecido juntos, compartiendo juegos y aprendizajes, siempre habíamos sido íntimos, hasta finalizar el instituto. Pero se anunciaba septiembre y la universidad amenazaba con separar nuestros caminos. Por eso aprovechábamos el tiempo juntos, perdiéndolo de cualquier manera, haciendo deporte, jugando a la videoconsola, charlando de ligues? No voy a decir que su familia era como si fuese su familia, pero casi. Y no puedo decir que lo fuera, porque su hermana Sara me gustaba demasiado para haberla tenido como hermana. Tiene tres años más que nosotros, 21 por aquel entonces, la piel morena y una dulce silueta, y hacía ya un tiempo que estaba perdida y secretamente enamorado de ella. Para tranquilidad de mis hormonas y desasosiego de mi corazón, aquel verano sólo tuve que aguantar un par de semanas la dulce tortura de verla en bikini y en vestiditos cortos de vida alegre, que diría la canción. Y es que a mitad de julio se había marchado a trabajar a Inglaterra con el objetivo de mejorar su inglés. Tengo que reconocer que me volvía loco pensar que, aprovechando la independencia estival, estuviera liada con cualquiera, pero al mismo tiempo, su ausencia me hacia sentir más cómodo, me permitía ser más yo. Aquella noche, como tantas otras, había terminado cenando en casa de Pedro. Ya estaba por marcharme cuando se desató una de esas típicas tormentas de verano. De pronto el ruido de la lluvia se vio superado por el estruendo de miles de bolas de granizo, gordas como nueces, que hicieron saltar tejas y alarmas de los coches. No era cuestión de marcharme en esas circunstancias, así que me tuve que quedar aguardando que el cielo concediera una tregua. Sin embargo, y contradiciendo al refrán, después de la tormenta, parecía llegar el diluvio. Tanto y tan fuerte llovía, que la madre de Pedro, Inma, decidió por todos que lo mejor era que pasara la noche allí. Me hizo avisar a la mía para que no estuviera preocupada, y se ofreció a preparar la habitación de su hija ausente para que durmiera en su cama. - No hace falta, no te preocupes, yo puedo dormir perfectamente en el sofá- dije. Ella insistió, pero terminé por convencerla de que no era necesario. ? Además le podría sentar mal a Sara si se entera que he dormido en su cuarto.- terminé por convencerla. Tal vez hubiese estado bien dormir en su cama, sumergirme en su universo, impregnarme en su aroma, pero? sé que no tengo un espíritu tan elevado y romántico, y que lo que en realidad sucedería sería que alguna prenda de su ropa interior acabaría escondida entre las mías, alimentando primero y limpiando después, mis pajas. Así que mejor evitar tentaciones dejándolas al otro lado de la puerta, y dormir en el sofá. Después de mirar un rato la tele, llegó la hora de acostarse. Pedro se fue a su cuarto, sus padres a su habitación, y yo me quedé sólo con mi sofá. Me quité los pantalones y la camiseta, y solo vestido con los calzoncillos, me tapé con la manta que me habían ofrecido. Seguramente hubiese estado más cómodo en la cama de Sara, pero ya no era momento de cambiar. Tenía calor, estaba incómodo, el cielo se iluminaba por el resplandor de miles de relámpagos que alumbraban más que una linterna, y el sonido de un trueno se hilaba con el siguiente hasta crear un rugido infernal. Era plena mad**gada y no podía dormir. De pronto, iluminada por la fugaz luz de un relámpago, observé una figura como fantasmagórica que avanzaba lentamente por el salón, procurando no hacer ruido. - Vaya, cuanto lo siento, ¿te he despertado?- era la voz dulce de Inma que se detuvo al sentir que me revolvía en mi lecho. - No, no se preocupe, no podía dormir- le contesté en baja voz. - Voy a la cocina, ¿quieres que te traiga un vaso de agua?- preguntó ella muy servicial. - Tranquila, ya voy yo, muchas gracias- le dije mientras me incorporaba y me cubría con la camiseta. Mientras tanto, ella siguió su camino, encendió una luz que yo seguí medio adormilado, y me encontré de pronto en la cocina. Estaba de espaldas, con zapatillas de andar por casa y un camisón de satén blanco. Sacó una botella del frigorífico y vertió el agua en dos tazas que ya tenía preparadas. Vino hacia mí, me alargó la mano con el vaso y se sentó. Yo le di las gracias y la imité sentándome al otro extremo de la blanca mesa de formica. - Hubieses estado mejor en la cama de Sara. A ella no le importaría- dijo después de apurar en un trago tres cuartas partes de la bebida. Me encogí de hombros. ? Tal vez, pero es por el calor que no podía dormir- dije tras refrescarme con el agua que me había ofrecido. ? ¿Usted tampoco podía dormir?- añadí. Apuró su vaso antes de contestar: - Trátame de tú, por favor. Me había dormido, pero luego he tenido unos sueños que?- dejó caer sin terminar la frase.- ¿Una pesadilla?- pregunté yo.- No, no, todo lo contrario- respondió dibujando una sonrisa en sus labios. - ¿Entonces?- volví a preguntar sin imaginar dónde terminaría llevándonos mi curiosidad. Ella resopló, rió, y mirándome a los ojos dijo: ¿no pretenderás que te cuente mis sueños eróticos, verdad? La verdad es que yo me quedé muy cortado. Era un adolescente, el sexo llenaba casi todos mis pensamientos, pero en aquel momento, compartiendo un vaso de agua con Inmaculada, la madre de mi mejor amigo, he de reconocer que me puse colorado en el acto. No es que no hubiese imaginado ni por asomo la clase de sueños que alteraban su descanso, es que ni siquiera podía imaginar que esa clase de sueños se conjugasen en el cerebro de una madre. Tal vez me hubiese fijado en otras mujeres maduras, pero nunca en Inma. No sé, era como una segunda madre, como mi tía, la conocía de toda la vida, y aunque me tratara con dulzura, yo no veía más allá pues simplemente no había nada más que ver. Era una mujer normal, de una belleza sosegada. Ni muy guapa, ni muy fea, morena, alguna cana en su media melena, un rostro corriente, que solo al ser cruzado por sonrisas como la que entonces lucía, adquiría una luz especial. Su cuerpo también era bastante usual. Piernas cortas, caderas anchas, su cintura no era la de un maniquí, pero tampoco pudiera decirse que era gruesa. Una mujer normal y corriente, con sus marcas en la cara, con sus ojeras, con sus curvas, con? con unos pechos algo caídos y redondeados en los que yo nunca había pensado hasta que esa noche la tenía sentada frente a mí, confesándome sin confesar sus sueños húmedos, y de los que yo no podía de repente apartar la vista pues el calor y el sudor de aquella noche de verano pegaban el camisón a su cuerpo marcándole los pezones. Aunque mi cerebro exigiese otra cosa, mis ojos se habían vuelto de golpe unos librepensadores, y no conseguía apartar la mirada de ese montículo que se insinuaba bajo la ropa. Durante unos instantes ella no reparó en qué centraba mi mirada, y cuando por fin lo hizo, ni se tapó, ni se levantó, ni siquiera me miró con mala cara. Tan sólo, como quien se aparta el pelo de la cara, pinzó el camisón con sus dedos, lo separó de su piel, y volvió a dejarlo caer en unas milésimas que ante mis ojos parecieron pasar a cámara lenta. Y entonces fue peor, porque ya no era uno, sino los dos pezones los que se marcaron en su ropa. Y aunque yo tratara de no mirar, siempre un vistazo ligero y furtivo se me escapaba, y eso era suficiente para que comenzara a sentir un ligero cosquilleo en mi entrepierna. Ella mirando las musarañas, y yo tratando de vencer la atracción gravitatoria que ejercía sobre mi cuello su presencia, permanecimos un rato en silencio. - Carlos, cielo, ¿me servirías un poco más de agua?, por favor- dijo de pronto. Yo me levanté como un resorte. ? Por supuesto- le contesté. Pasé a su lado intentando no fijarme en lo único que me podía fijar, y al hacerlo sentí su mirada clavándose en mí, y una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en sus labios al ver lo que esa conversación de mad**gada estaba comenzando a despertar bajo mi calzoncillo. Llené de nuevo los dos vasos y los dejé sobre la mesa. ? Gracias, cielo- usaba esa coletilla a todas horas y con todo el mundo, así que no me lo tomé como un cumplido personal- Siempre tan educado, quizás debería contarte lo de ese sueño?- dejó caer. Y sólo la posibilidad de que aquello ocurriera, desató en mí tal nerviosismo que no acertaba a cerrar la botella hasta que el tapón acabó cayéndoseme de las manos. Evité la tentación de mirar sus piernas al recogerlo, pero luego no podía apartar la mirada del piso. Miraba mis pies desnudos sobre el frío suelo cerámico, pero por más frío que estuviera, yo seguía teniendo mucho calor. Saber de su sola presencia a apenas metro y medio hacía que mi temperatura aumentase sin cesar. Permanecimos sin mirarnos, en un silencio que no era más incómodo que las pocas frases que habíamos intercambiado hasta entonces. Se incorporó, dejó las tazas en la fregadera, y pensé que al salir por esa puerta, todo habría acabado. Pero no.Cerró la puerta de madera y cristales rayados y translúcidos, volvió sobre sus pasos, y se sentó sobre la mesa muy cerca de mí. Al sentarse el camisón se le recogió ligeramente, y yo no pude evitar mirar sus muslos. Si intentaba mirarla a la cara, lo primero que veía, como un par de montañas infranqueables, eran esos dos pezones erizados coronando sus senos, así que opté por seguir mirando la nada erótica pared de baldosas que tenía frente a mí. Pero aún así me era imposible negar la erección que comenzaba a reflejarse bajo mi calzoncillo. Sentía la sangre afluir y afluir, poniéndome la polla cada vez más dura, cada vez más larga, hasta hacerme incómodo incluso el estar sentado. - Ay que vergüenza, vas a pensar que soy una fresca?- dijo cubriéndose la cara con las manos pero dejando el hueco necesario entre sus dedos para observar mi reacción - pero te lo voy a contar, siempre has sido tan correcto conmigo, que creo que a ti sí puedo contártelo? y esto no se lo vayas a decir a nadie, ¿eh?... - dijo de pronto. Yo negaba con la cabeza. Movía rápido la cabeza de lado a lado, diciéndome y diciéndole que no, no era ninguna fresca, y que por supuesto nunca se lo contaría a nadie, pero sí, quería oír esos sueños que perturbaban sus noches. ? Verás; ¿a ti te gusta?ya sabes? que te la chupen?- preguntó mirándome. Aun a riesgo de tener que ver sin querer esos pezones, la miré y el gesto de mi cabeza se transformó en afirmativo. ? Y a Pedro, ¿crees que le gusta?- No es que lo creyera, es que lo sabía, pues a ambos nos la había chupado la misma tía, aunque aquello no era para tanto, pues según decían las malas lenguas, se la había comido a medio instituto incluyendo algunos profesores. Yo seguí afirmando con la cabeza, pues era incapaz de pronunciar la más mínima palabra. Toda la soberbia de mis dieciocho años había desaparecido de golpe aquella noche escuchando hablar a la madre de mi mejor amigo. Lo único que no estaba intimidado en mi cuerpo era la polla, que seguía despertándose bajo las ropas. ? Pues a su padre no le gusta. No sé por qué, yo pensaba que a todos los hombres les gustaba eso, pero no a él. Alguna vez lo hemos hecho, siempre por iniciativa mía, pero?no puede? es que él es muy tradicional. Fíjate, en treinta años de matrimonio nunca, nunca- recalcó- me ha pedido hacerlo por el culo. Claro, que yo no le hubiese dejado, porque no soy de esas, y además dicen que duele mucho y tengo miedo, pero no sé, su papel de hombre es el de al menos pedirlo, ¿no? Por eso me gusta tanto este sueño, porque no es que me lo pida, casi me exige que se la chupe, y yo lo hago, y cuanto más lo hago, mas grande se le pone, y al final siempre acabo?empapada en sudor- me confesó de golpe. Yo estaba alucinado. No es que me hubiese contado su sueño, es que se había abierto de tal manera a mí que poco menos me había contado toda su sexualidad, y la verdad, me había dejado sin reacción. Tal vez un te****uta sexual hubiese interpretado en ese relato una serie de frustraciones que le impedían disfrutar de una sexualidad plena, pero yo era tan solo un adolescente empalmado, y toda mi reacción era una innegable erección. Aunque ella parecía esperar algo más de mi parte.- ¿Eh, no dices nada?- preguntó sacándome de mi estado. - Per?perdón- balbuceé como toda respuesta.- ¿Qué que te parece, crees que soy una rara por tener esa clase de sueños?- volvió a preguntar. Yo negué con la cabeza, y sonriéndome dijo: eres un cielo de niño, siempre me lo has parecido, y seguramente sólo quieras hacerme sentir bien, pero yo no sé qué pensar. La única vez que se lo comenté a mi marido, poco menos que me dijo que estaba enferma, y tal vez tenga razón. - No- dije escuetamente. El padre de mi amigo, que también se llamaba Pedro, siempre me había parecido un hombre admirable. Con éxito en los negocios, inteligente, simpático, poseía un don de gentes natural? era la clase de adulto en la que cualquiera quiere convertirse, pero ante esa confesión de mad**gada que me hacía su esposa, de pronto había caído para mí, de golpe y para siempre, en la categoría de calzonazos. Así que repetí, en voz alta pero para mí mismo: no tiene razón. Al oírme decir aquello, Inma ladeó la cabeza, y me dedicó una de esas sonrisas que iluminan su rostro. ? Ven aquí y abrázame- dijo, y yo, como si sus palabras fueran las órdenes de un hipnotizador, me levanté sin reparar en la tremenda erección que mis boxers granates ya no podían disimular. Ella, al contrario, si que parecía haberse dado cuenta. - ¡Vaya, pero esto qué es!- alzó por un momento la voz. Ya más bajo prosiguió: que calladito te lo tenías? menuda joya? ¿pero tú sabes la maravilla que tienes aquí?- dijo echando una ojeada nada disimulada a mi paquete. Yo había compartido unos cuantos vestuarios, y sabía que la tenía grande, algo más grande de la media al menos, pero las pocas chicas que habían disfrutado de ella, nunca habían hecho mención a un tamaño excesivo, aunque seguramente Inma tuviera más experiencia, o eso me gustaría pensar a mí?¿Me dejas verla?- preguntó de pronto. Y sin darme tiempo a responder comenzó a bajar lentamente mi calzoncillo. Creí correrme cuando la polla se trabó con la tela, creí correrme cuando ella la asió suavemente entre sus dedos, tuve que apretar los dientes cuando el primero de sus dedos acarició la punta de mi capullo, y me abandoné definitivamente cuando rodeó el tronco con su mano al tiempo que repetía, pausadamente y como una letanía: que pedazo de rabo tienes.Cuando sus manos me libraron definitivamente del calzoncillo, mi polla apuntó al cielo, y ella la acogió entre sus manos, que paralelas, subían y bajaban deliciosamente lento acariciando mi tronco. Inma sentada en el borde de la mesa, yo de pie frente a ella, incapaz de hacer nada que no fuera aguantar sin eyacular? me estaba seduciendo como sólo una mujer madura es capaz de seducir, mientras a pocos metros su marido y su hijo dormían plácidamente ajenos a la tormenta que se acababa de desatar en la cocina. ?Carlos, ¿te puedo pedir una cosa?- preguntó con la voz más dulce que yo hubiera oído nunca. Afirmé con la cabeza. Ella sonrió con una mezcla de malicia y satisfacción, y prosiguió: una polla como ésta no la voy a volver a encontrar y? ¿me ayudarías a hacer realidad mis sueños?- dijo mientras que circundaba con uno de sus dedos, una y otra vez, en vueltas infinitas, mi capullo. Hacía ya mucho que yo no podía negarme a lo que fuera que ella me pidiera, así que volví a decir que si con la cabeza. - Bien, entonces ayúdame a bajar- Mis manos en sus caderas guiaron su movimiento. Antes de que quisiera darme cuenta, me había girado, arrinconándome contra la mesa. Me pidió que me sentara en ella y así lo hice. Siempre mi polla en su mano, Inma me miraba a los ojos y yo apenas podía sostener su mirada. Al cabo de unos instantes, dijo: ¿no me vas a pedir nada? Recordé lo que me había contado. En su sueño su marido se lo pedía, así que yo también debería de hacerlo. - Chu? chúpala- tartamudeé. Ella ladeó la cabeza, hizo un sonido desaprobatorio y dijo: Así no, recuerda, me lo tienes que ordenar. Respiré profundo, reuní fuerzas antes de dar un paso que creía definitivo, y forzando la voz para que resultara más adulta, dije: Cómeme la polla. Como un relámpago, una de esas sonrisas suyas cruzó su cara. Colocó su mano en la base de mi polla, tirando de la piel, haciendo que resplandeciera mi glande, dio un paso hacia atrás, e inclinando el tronco hacia delante fue descendiendo lentamente hasta posar sus labios en la punta de mi rabo. Me regaló un sonoro beso que consiguió erizar el vello de todo mi cuerpo, y tras unos segundos, abrió ligeramente la boca y dejó que mi polla se fuera adentrando en ella. El calor, la humedad, el suave rasgar de sus dientes, el choque con su paladar?todo unido a la excitación de la escena hacía que estuviera continuamente al borde del orgasmo. Afortunadamente aguanté para seguir disfrutando. Inma movía su cabeza arriba y abajo, lento, sintiéndome y haciéndome sentir... Yo nunca había manejado el dinero suficiente para comprobar las artes de las profesionales, pero? ¡joder!, la madre de mi amigo estaba mostrando una maestría en el mamar impropia de alguien que no acostumbra a hacerlo. Su saliva bañaba mi polla, sentía los aleteos de su lengua en mi glande, las caricias con las que mimaba mis cojones? No se me ocurrió pellizcarme para comprobar si aquello era real, aunque si hubiese sido un sueño tampoco hubiese querido despertar. La negrura de sus cabellos tapaba la mamada, y mientras contorsionaba mi cuello intentando ver cómo mi polla desaparecía en su boca, observé divertido que al inclinarse hacia delante, el escote de su camisón dejaba a la vista unos senos pequeñitos pero muy bien formados y coronados por, ahora ya no tenía que adivinarlos, unos pezones anchos y chatos que se intuían terriblemente duros. Estiré el brazo hasta colar la mano y sentir en mis dedos el tacto firme de sus pechos. Cada uno de mis dedos fue reconociendo el terreno, pellizcando esos pezones, provocándole gemidos que Inma ahogaba en la mamada. Anclado a sus pechos me dejaba llevar. Dejé que ella marcara los tiempos de la mamada, y realmente sabía como hacerlo. De pronto se aceleraba y mi polla daba un respingo al sentir próximo el fin; de pronto la pausaba y dándome un lengüetazo en el glande me regalaba las mejores sensaciones que un hombre pueda tener. Su cabeza se movía, arriba y abajo, de una manera constante, y yo, con la boca abierta, sólo era capaz de emitir unos sonidos guturales que no reflejaban en absoluto el inmenso placer que Inma me estaba haciendo sentir. Sus pechos, ni blandos ni duros, tenían la consistencia que debían tener, y sus pezones se endurecían al contacto de mis dedos. El repetitivo chup-chup de la mamada se mezclaba con nuestras respiraciones y con el ruido del segundero del reloj de cocina que colgaba en la pared. Disfrutando de esa mamada nos habíamos olvidado de todo. Parecíamos solos en el espacio y en el tiempo. Hasta que de pronto un sonido brusco en la noche nos sobresaltó. La aparté de mí, ella se recompuso el camisón, se limpió los labios y rápidamente apagó la luz. Sin decirlo, ambos pensamos en su marido y en su hijo. Tal vez él había notado su ausencia en la cama, tal vez alguno de los dos tuviera que ir al baño, el caso es que no podían encontrarnos de esa manera. Yo apenas acertaba a subirme el calzoncillo, en parte por los nervios y el miedo a ser descubierto, en parte porque mi polla erecta protestaba al ser guardada sin haber completado lo prometido. Inma abrió la puerta de la cocina con cuidado, temerosa de encontrarse a alguno de los hombres de la casa al otro lado. Avanzó a hurtadillas. La vi alejarse hacia su habitación, y entendí que no tenía más remedio que volver a mi incómodo sofá.
06-01-2021, at 05:30 PM
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